El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible

jueves, 21 de mayo de 2009

La nuit est una sorcière




Las fotos de Brassai me recuerdan el título de un álbum de Sydney Bechet, La nuit est une sorcière. Este húngaro con nombre parisino es el fotógrafo del embrujo nocturno de París, de los cafés, de la belleza anónima y solitaria de las calles trasnochadas, de las prostitutas y travestidos, de las parejas que ejercitan su deseo sin pudor en besos premonitorios.


Si Doisenau es el fotógrafo del París apolíneo, de las niñeras, de los policías, de los trabajadores, del amour, Brassai retrataría su lado más dionisiaco en el que la luz es la excepción, lo que aporta relieve y profundidad a la foto, el adorno de un bellisimo monstruo negro de aspecto civilizado.


domingo, 17 de mayo de 2009

Edward Weston


La fotografía de Edward Weston está planteada en clave aristotélica: todos los individuos están compuestos de materia y forma, y la labor del fotógrafo(-filósofo) es precisamente captar la forma. Para Weston la naturaleza es una suma de formas y texturas; sus desnudos conciben el cuerpo humano como una aglomeración accidental y armónica de formas. Con esta receta E.W. persigue el objetivo de casi todos los fotógrafos de la primera mitas del siglo XX: hacer de la fotografía un arte autónomo con un lenguaje estético propio.

Weston establece unas reglas del juego muy claras: la fotografía no es imitativa pero es realista, debe captar la realidad sin artificios teniendo en cuenta que el momento poiético surge de la elección del punto de vista. Así un retrete es un ser amable radiante de bondad que habita nuestros cuartos de baño, una caracola nos demuestra que la naturaleza es un reino aristocrático en el que todo es bello: pimientos, lechugas, coles, etc.




Nosotros mismos somos formas entre las formas.


martes, 12 de mayo de 2009

Robert Doisneau

Cada ciudad suele tener su daimon fotográfico ocultando con expectación su rostro tras la cámara. En el caso de París es sin duda Robert Doisneau. Suyo es el mérito de haber consagrado la imagen de París como una ciudad plagada de besos platónicos. Su metafamoso Beso enfrente del hotel de Ville convierte todos los besos dados en la historia en caricaturas que con más o menos fortuna reproducen la belleza, la sensualidad, el romanticismo y la juventud que Doisneau captó (ahora sabemos que un un posado sugerido).



Doisneau retrato un París de posguerra con buen corazón, es decir, mezclando algo de azar, ingenio y sensibilidad en cada uno de sus disparos, enseñándonos con sus fotos que la falta de indiferencia es el conjuro para que la realidad nos muestre todo su sentido en una fulguración pasajera. El punto de partida es siempre cierta bonhomía fotográfica, un humanismo visual que se esparce generosamente por las calles parisienses fotografiando niños, perros, miradas que delatan a su portador en un bar o en un escaparate, en resumen, cierto lirismo cálido que una vez más hace de la fotografía el arte de provocar la sonrisa ante lo asombrosamente asombroso.