El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible

martes, 12 de mayo de 2009

Robert Doisneau

Cada ciudad suele tener su daimon fotográfico ocultando con expectación su rostro tras la cámara. En el caso de París es sin duda Robert Doisneau. Suyo es el mérito de haber consagrado la imagen de París como una ciudad plagada de besos platónicos. Su metafamoso Beso enfrente del hotel de Ville convierte todos los besos dados en la historia en caricaturas que con más o menos fortuna reproducen la belleza, la sensualidad, el romanticismo y la juventud que Doisneau captó (ahora sabemos que un un posado sugerido).



Doisneau retrato un París de posguerra con buen corazón, es decir, mezclando algo de azar, ingenio y sensibilidad en cada uno de sus disparos, enseñándonos con sus fotos que la falta de indiferencia es el conjuro para que la realidad nos muestre todo su sentido en una fulguración pasajera. El punto de partida es siempre cierta bonhomía fotográfica, un humanismo visual que se esparce generosamente por las calles parisienses fotografiando niños, perros, miradas que delatan a su portador en un bar o en un escaparate, en resumen, cierto lirismo cálido que una vez más hace de la fotografía el arte de provocar la sonrisa ante lo asombrosamente asombroso.




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