El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible

sábado, 5 de junio de 2010

Weegee




Apolo y Dionisos, la luz y las sombras no son solo la planta noble y el sótano del espíritu humano. También las ciudades encierran esta dualidad. Si el París de Doisenau se contrapone a la noche de Brassai (sin que sus fotografías tengan significados completamente distintos) en el caso de Nueva York Weegee nos muestra con los fogonazos dionisiacos del flash de su cámara el lado oscuro de una ciudad pillada in fraganti.


La fotografía de Weegee es desvergonzadamente vouyerista e inintencionadamente artística. El público pide que el morbo y la curiosidad se sublimen en una imagen inofensiva que exima de toda responsabilidad al lector que accidentalmente la encuentra al ojear las páginas de una revista. Entre muchas cosas buscamos en la fotografía un catalogo visual de los siete pecados capitales, una especie de jardín de las delicias en el que reconocer los deslices, las contradicciones, las faltas del espíritu humano, es decir, nos permite disfrutar de una ración de sadismo bajo la apariencia de la buena conciencia. La fotografía de Weegee se recrea en lo indecoroso y sucio haciendo algo parecido a lo que hizo Diane Arbus, pero con más sentido del humor.

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